Escrito por Orlando Miguel
© U.S. 2012
© U.S. 2012
“Los náufragos no eligen puerto”
Jacinto Benavente
(1866 – 1954)
Su isla se hundía. Ya no le quedaba otra
opción que lanzarse al mar o sumirse con ella. En el último momento tomó una
fuerte bocanada de aire y se zambulló dando fuertes brazadas para alejarse del remolino
que provocaría el pedazo de tierra al ser devorado por el océano. Y nadó hasta
alejarse lo suficiente. Luego emergió para tomar aire de nuevo y miró hacia
atrás. Ya no había nada, sólo los restos del naufragio y un gran gentío en la superficie intentando mantenerse a flote. En medio del caos, por un
momento le pasó por la mente aquella escena que vio en el cine sobre el
hundimiento del Titanic que tanto lo estremeció. Se le escapó un sollozo que
estranguló con fuerzas y unas lágrimas se mezclaron con las gotas de agua
salada que corrían por su rostro. Ya no
hay nada que hacer – Pensó. Se llenó de valentía, se volteó, volvió a tomar
aire y continuó nadando.
Robinson Cruz, era un hombre soltero de
unos cuarenta y tantos años, alto, delgado y vigoroso. Vivía en un cuartucho de
la azotea de un viejo edificio que el salitre iba derruyendo poco a poco. Era
un edificio casi inhabitable; pero a falta de un lugar donde vivir, gente de
todas partes lo fue ocupando. Él, como muchos en la isla, se ganaba la vida en
lo que podía. Era un desempleado hacía
un par de años, desde aquella crisis donde medio millón de personas se vio sin
trabajo ni nada qué hacer. Entonces comenzó a subsistir del <<bisnes>>, haciendo algunas <<actividades ilícitas>> para ganarse unos cuantos pesos. Ni
siquiera podía darse el lujo de montar un pequeño negocio, de esos que el Dignatario había permitido tener,
porque: - …Con qué culo se sienta la
cucaracha –decía.
Le gustaba acomodarse en el muro de la
azotea, sentado con los pies hacia el vacío, para admirar los últimos rayos de
la tarde mientras se fumaba un <<popular>>. Era un hombre romántico, a pesar de los
golpes que le dio la vida; era un soñador empedernido, a pesar de las veces que
aplastaron sus sueños. Y cada final de la tarde, Robinson se dirigía a la
cornisa para ver morir el día tras el horizonte; absorto en sus pensamientos, embelesado
por el murmullo del mar, hasta que lo
sorprendía la noche con un cigarrillo en sus labios.
Él esperaba que algo pasara, algo
trascendental; algo que lo cambiara todo, que lo volviera al derecho otra vez;
porque desde hacía décadas todo estaba al revés. Hasta aquella tarde que sintió
un sonido bronco que hizo temblar la tierra y una fuerte sacudida lo obligó a
sostenerse del muro para no caer. La antigua construcción estuvo a punto de
venirse abajo. Entonces, desde su escenario observó un movimiento tumultuoso de
grandes olas que comenzaron a inundar las calles y se asustó. Esto se fue a pique – exclamó. La isla del <<hombre
nuevo>> y la <<moral
suprema>>
se hunde –Y saltó.
Robinson, estaba exhausto luego de nadar tantas
millas en la oscuridad bajo una protesta de tormenta. Se encontraba en medio de
la nada y en su pensamiento sólo quedaban los restos de un naufragio en el
fondo del mar. Acariciar la idea de que la frustración y la desesperanza habían
quedado atrás y pensar que el futuro en su isla sólo era como un árbol seco, le daba
sobradas energías para continuar. Nadó toda la noche desafiando el cansancio, las
fuertes corrientes marinas y las molestias que le causaron las picaduras de las
medusas. El hambre era lo que menos le importaba; estaba acostumbrado a sentir <<su estómago pegado al espinazo>>. Sólo le interesaba avistar tierra firme a
lo lejos en cualquier momento. Y continuó hacia alguna parte, en busca de una
orilla…, en busca de un puerto. Los náufragos buscan puerto, no lo eligen.
A través del agua - Paisaje con río
Dedicado
a los llamados <<balseros>>. Dedicado a todos los cubanos que se han visto
obligados, por alguna circunstancia, a abandonar Cuba en busca de su familia,
de sus sueños, de su libertad… ¡En busca de un puerto como cualquier náufrago
a la deriva!
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