25 de julio de 2011

La Habana, Cuba


“La tierra más hermosa que ojos humanos han visto”
La Habana... ¡Mi Habana!



Llegada de Cristóbal Colón a América
En 1492, el almirante Cristóbal Colón descubrió la costa norte de Cuba en una expedición que partió del viejo continente con tres carabelas: La Pinta, La Niña y La Santa María, en su búsqueda de una nueva ruta hacia las Indias. Sus playas vírgenes, una vegetación exuberante y la calidez del clima insular llevó a sus labios el calificativo de La tierra más hermosa que ojos humanos han visto. Lo cual no pongo en duda –modestia aparte- y será tal vez, porque en esa tierra nací.

Veinte años después Diego Velázquez de Cuéllar lideró la conquista y colonización de la isla, fundando los primeros asentamientos españoles y con ellos la Villa de San Cristóbal de La Habana, que después de muchos traslados finalmente se registró en 1519 en el lugar donde posteriormente se inauguró El Templete -en 1828-, primera obra de carácter civil monolítica de estilo neoclásico de la que hablaré en el siguiente post. La Habana, también denominada Llave del Nuevo Mundo o como Ciudad de las columnas por el novelista y narrador cubano Alejo Carpentier, no solo ha sido la capital de Cuba desde entonces, sino una de las ciudades más atractivas del mundo –sin temor a equivocarme lo digo y con pasión del alma lo grito-, a pesar de todo.

Existen muchas hipótesis de su toponimia, pero de suponer la más acertada es derivada de un cacique taíno llamado Habaguanex, oligarca indígena. No obstante existen otras teorías de su etimología. Afirman que proviene de la descomposición de la palabra sabana que así era como los aborígenes arahuacos occidentales cubanos denominaban a la llanura sur de La Habana y Matanzas. La pronunciaban javana o jabana, la que sucedió a su significado actual. Otros supuestos plantean que desciende de haven o gaven, significado germánico de puerto o fondeadero… O la tesis menos probable; pero simpática, la que se origina de la palabra aruaca: abana, que quería decir ella está loca, como referencia a la leyenda de una india llamada Guara.

Origen toponímico a un lado. La Habana, fue durante sus épocas de esplendor, centro de admiración tanto para sus hijos de América, como para los de Europa y Asia, con sus amplios y elegantes bulevares y avenidas; pero al mismo tiempo con sus calles estrechas, llamativas y llenas de historia donde se aferran todavía la opulencia de palacios, iglesias y conventos; pero también una gran variedad de tipologías arquitectónicas con mansiones que bordean las plazas principales, afortunadas residencias esquineras, modestas casas de familias, hasta llegar a una de las estructuras habitacionales más comunes: El solar, símbolo del tropicalismo surgido en la primera mitad del S. XIX. Desde la arquitectura más antigua, hasta la supremamente moderna.

La Habana es tabaco, ron, azúcar y tambor. Es sonido singular que surge de una suerte de instrumentos conocidos o inventados y casi al mismo tiempo: el baile -esa cualidad nativa que abraza la gracia del movimiento-, marcados por el sincretismo de nuestra cultura, combinando los ritos religiosos de origen africano, con el guaguancó, la guaracha, la rumba y el danzón. La Habana está en un bolero, en un olor -el del café, por ejemplo, o los platanitos maduros fritos que a veces inundan sus calles-; está en un suspiro esperanzador o en las lágrimas que a veces resbalan por mis mejillas. El habanero -y el cubano en general- […] beben de una misma copa la alegría y la amargura.  Hacen música con su llanto y se ríen con su música. […] Toman en serio los chistes y hacen de todo lo serio un chiste. […] Creen simultáneamente en el Dios de los católicos, en Changó, en la charada y en los horóscopos [...]

Malecón de La Habana
París tiene su torre Eiffel y Río de Janeiro al Cristo con los brazos abiertos y extendidos desde lo alto del peñasco; pero los habaneros se acreditan varios kilómetros de muros de contención del mar a lo largo de su litoral norte. En el rumor de una tarde veraniega tropical que fenece no hay mejor refugio que el de sentarse en el Malecón habanero, que comenzó a construirse a inicios del S. XX y que duró más de cincuenta años terminarlo, aunque las primeras piedras se colocaron en 1819 en el tramo conocido como Avenida del Puerto. Allí se engendra la maravilla con sus ocasos de vivos colores encendidos, la suave brisa marina de los alisios y el susurro rebelde de sus olas rompiendo contra los afilados arrecifes y el macizo espigón que carcome inconmovible el salitre y la desidia. Hasta que, hechizados, finalmente nos sorprende la hora de los mameyes (1) con su noche estrellada, salpicados por el salado rocío que se escapa en el viento calando en la piel como carne para tasajo (2). Desde allí se han tirado al mar sueños, recuerdos y esperanzas.

En los veranos de La Habana el sol castiga; pero son perfectos para disfrutar de sus playas de arena fina y mar de espuma, para jugar a la pelota en cualquier esquina - ¡ojo con un pelotazo! -, o en uno de sus muchos parques y jardines, o quizá simplemente para reclinarse en un sillón a conversar y ver el tiempo pasar en algún portal refrescándose bajo su sombra con una buena limonada si estamos de suerte. Los inviernos son muy cortos, ocasionales y deseados como remansos de los días sofocantes, aunque Cuba es un eterno verano. En mi Habana de los setenta, cuando llegaban los ansiados frentes fríos, por muy ligeros que soplaban, eran la excusa idónea para desempolvar los viejos abrigos, los de siempre, los que esperaban cada nueva temporada para una “reposición reciclada”; porque no habrá cubano, mucho menos habanero o habanera que se quede en casa si la ocasión amerita una salida: un buen paseo, quizá, así sea para andar La Habana por sus raídas y oscuras calles.

La Habana
La Habana tuvo su auge. El 20 de mayo de 1902 la estrella solitaria de nuestra bandera ondeó en la naciente República de Cuba y La Habana comenzó a erguirse como nunca antes. Se concluyó el Malecón en 1958 y se inauguró con carreras internacionales de autos que se ofrecían cada año. Se hizo el Capitolio Nacional, el Palacio Presidencial -digno de la República-, un bello Museo Nacional o Palacio de Bellas Artes, un Palacio de los Deportes con sus terrenos y otras comodidades, un estadio profesional de béisbol, cines, teatros –cada vez más grandes y acogedores-, un parque Zoológico (el de 26), un parque forestal, más edificios privados con sus ministerios y otras necesidades públicas, incluyendo la Biblioteca Nacional José Martí, además de tres túneles -por falta de uno-, conectados con modernas calles y carreteras.

Desde 1859 comenzaron a circular los tranvías eléctricos desde el Puerto a lo largo de la calle San Lázaro pegado a la costa hasta la desembocadura del río Almendares, pero después -debido al progreso años más tarde- se sustituyeron por autobuses –nosotros les decimos guaguas-, con una amplia red que iba de una punta a la otra de la ciudad en sus recorridos. Cada media hora salían los provinciales y cada diez minutos los locales y si el primero de cualquiera de sus clases era insuficiente, entonces salía otro junto con el primero…y así hasta dejar la estación de guaguas sin pasajeros. ¡Eso era un servicio de transporte eficiente!

Yo crecí entre los vibrantes suspiros de los cañonazos de las nueve cada noche, las acaloradas discusiones de pelota en las esquinas, el café mezclado con chícharos, las colas interminables del pan, el picadillo de soya y los refrescos -cuando llegaban a la bodega-. Crecí Cazando guaguas (3), en el bullicio de los carnavales postrevolucionarios, las caricaturas rusas, el tradicional dominó y los siempre vivaces atardeceres habaneros. Crecí amando una tierra que se detuvo en el tiempo con sus clásicos automóviles antiguos y sus construcciones de antaño deterioradas, y retadas por el paso del tiempo, sin mencionar los detalles calamitosos ni el estremecimiento vertiginoso de la vida actual. Allí crecí, en una Habana que a pesar de lo anterior no dejará de ser un pedazo de nuestras biografías, de nuestra historia, cuyas notas románticas se han ido esfumando, quedando en un pasado que se va desvaneciendo en los tiempos que jamás han de volver.

Así es mi Habana… ¡y de mil formas más! Cada quién la admirará con sus recuerdos y nostalgias y la mirará con sus propios ojos, como los del fotógrafo Arturo Ayala, que atrevidamente tomé prestadas sus imágenes que documentan digitalmente lo mejor de ella, de sus calles, de su gente, de sus grandes monumentos patrimonios, y de cada rincón que habita en la ciudad de las columnas. Mi Habana que evoco y que a veces, tal vez olvido –sin lograrlo, claro está-, será siempre generosa y amable, en las buenas y en las malas, lo mismo para el cubano como para el foráneo; donde la sonrisa, la mano presta al saludo, los dicharachos, la pasión por el boxeo, el béisbol, la música y el baile forman parte de la sinfonía popular. A sus casi 492 años de fundada, La Habana, ¡mi Habana!, aún atrapa, seduce e inspira. La Habana tan mía…, y tan tuya… ¡y tan nuestra!


Mi Habana a través de los ojos del fotógrafo Arturo Ayala


(1) Según se cuenta, la hora de los mameyes se originó hace más de doscientos años durante la toma de La Habana por los ingleses que llamaron mameyes a los soldados británicos por el color de su uniforme. A las nueve se anunciaba -con un retumbante cañonazo-, el cierre de las puertas de la muralla cada noche. A esa hora salían los soldados (mameyes) a patrullar visiblemente las calles de La Habana, por lo que los habaneros la bautizaron como: La hora de los mameyes.
(2) El Tasajo es un pedazo de carne seco y salado para que se conserve.
(3) En  mi Habana de los setenta era imposible tomar un autobús (guagua), sobre todo a la hora pico era un martirio. Se demoraban tanto las condenadas (horas de espera) que cuando se veían venir, bufando como toros pesados en la distancia (en él no cabía un alpiste más) uno se preparaba en posición de en sus marcas, listos… ¡fuera!, para correr hacia donde hiciera parada y muchas veces se le tenía que decir el ¡OLE!, cuando seguían de largo. Y cuando por fin lograba cazarlo, era montado en el estribo del animal jadeante y pesado (la guagua)


Con la colaboración especial de: Osvaldo  Shangó



Referencias:

·         http://www.guije.com/
·         http://juanperez.com





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