En Cuba no hay Navidad
Cortesía de Luis Ruiz |
Hablar de navidades para el cubano ha sido un tema escabroso, sobre todo para aquellos que -como yo-, nacieron bajo un régimen que arrancó de cuajo una de las tradiciones más populares que desde siempre formaron parte del patrimonio religioso y cultural del pueblo cubano. Sin embargo muchos mantuvieron sus prácticas de fe y continuaron celebrando discreta y cautelosamente esas fechas; a pesar de que, para los ojos de los simpatizantes de la administración comunista, se consideraba como “una falta grave y una desviación ideológica.”
A pesar de ello, mi familia se impuso y continuó conmemorando a puertas cerradas. Todavía en los setenta, mis abuelos tiraban la casa por la ventana durante los festejos y desde inicios del mes de diciembre, ponían en su sala un enorme árbol junto a la ventana adornado con luces, piñas de pino y esferas de tonos brillantes; guirnaldas y estrellas; además de coloridas cadenetas de papel que colgaban de una esquina a la otra del techo. Pero lo mejor de todo era el aroma que, para la ocasión, colmaba el ambiente: Frijoles negros bien condimentados; arroz blanco y/o congrí o moros; cerdo asado -el que alimentaba mi abuelo a escondidas durante todo el año-; yuca con mojo criollo; plátanos fritos, maduros o verdes -como mariquitas o tostones-; ensalada de verduras; postres… ¡¿Cómo olvidar los buñuelos y los cascos de guayaba?! Mi abuela era una excelente repostera y mi abuelo un gran pinche de cocina… ¡¿Cómo olvidar la Noche de Paz que al piano ejecutaba magistralmente mi madre?! Era un ritual obligado cada año. Y a la medianoche: la Misa del Gallo, a la que -tímidamente-, concurrían unos pocos.
Hasta que el tiempo y con él, el deterioro económico en la isla -a eso, las carencias-, y las cada vez más continuas privaciones sufridas -de diversa índole-, fueron mermando las furtivas celebraciones; y el desaliento, truncando los deseos -aunque el cubano nunca dejó de festejarla, a su manera-. Casi tres décadas después, a propósito de la visita del papa Juan Pablo II, en enero de 1998, el gobierno cedió en declarar feriado el 25 para sorpresa del pueblo cubano y desde entonces la Navidad se ha vuelto a establecer tradicionalmente en el seno familiar como algo natural. En familia y/o con amigos, se las ingenian para poner sobre la mesa y comer lo que no se puede durante todo el año e intentar hacerlo a lo grande, tanto el 24 como el 31; aunque eso suponga dejar para el año entrante el análisis de la demacrada alcancía familiar.
Pero no todo será color de rosa. En muchas casas de La Habana ahora hay arbolitos de Navidad; pero junto a ese símbolo navideño, abunda el desconsuelo, la amargura y el cansancio de todo un año luchándola. Muchos dirán que lo pusieron por los niños; pero tal vez ni lo encenderán, expresando que: ¡Para qué! A otros quizá se les olvidará -por falta de costumbre-, e incluso algunos pensarán que será un gasto más de electricidad y por lo tanto un golpe certero al flaco bolsillo. En el peor de los casos, la mayoría se habrá visto obligada de guardar su cuota racional de pollo mensual o tratara de comprar un bistec de cerdo por persona en los agro-mercados, con un poco de verduras para combinar con moros y cristianos y de esta forma poder tener, aunque sea, una parca cena esos días. Es posible que los que reciben remesas de sus familiares en el extranjero o aquellos que tienen algún negocito -legal o ilegal- podrán tener en su mesa algo más. ¡En Cuba no hay Navidad!, sino la triste apariencia. A lo mejor para el año que viene lo bueno sucede.
El año que viene/Issac Delgado
No hay comentarios:
Publicar un comentario