8 de noviembre de 2011

Primera telenovela

EL TIEMPO: EL IMPLACABLE
Sin perder la ternura

Foto de tvcubana.tv
Dicen que recordar es volver a vivir y no hay nada más cierto. Navegando por Internet me encontré con estás primerísimas escenas de lo que fueron mis incipientes pasos por la pequeña pantalla en Cuba, en la serie: “Sin perder la ternura”. Apenas había comenzado a descubrir las tablas de la sala teatro El Sótano, en el grupo: Rita Montaner; pero en la televisión era el inicio de lo que sería una intensa trayectoria por el mundo de las telenovelas. Compartir espacios con actores de primer nivel fue un logro y una gran experiencia que atesoraré siempre. Era un ávido discípulo que se nutría de grandes maestros, como Paula Alí y Omar Valdés (mis padres en la serie), destacados actores cubanos del cine, el teatro y la televisión; además de los reconocidos: Nancy González y César Evora, que me llevaban algunos años de conocimientos por delante.

Salté de alegría cuando supe que formaría parte del elenco en una telenovela: ¡Mi primera telenovela!; pero me sacudió el miedo y la ansiedad cuando me enteré que lo haría junto a semejantes estrellas, a quienes ya admiraba y respetaba. Sin embargo el proceso no me resultó tan difícil, sobre todo y gracias al profesionalismo de mis colegas que pronto me sentí como pez en el agua, conducido por su arte en el oficio; pero también por su inigualable cariño. De ellos tengo recuerdos muy bonitos que vivirán eternamente en la memoria. Es de esas ocasiones propicias en la vida o “Momentos Kodak” -como dice una amiga-, que como instantáneas fotográficas, serán estampas perpetuas e inolvidables de nuestras biografías.

Ni siquiera sospechaba entonces que, años más tarde, viajaría a México y que allí se consolidaría mi carrera artística. Mucho menos podría imaginar que  César Evora sería –precisamente- el guía que, con sus consejos -entre sorbos de una taza de café una tarde-, animaría mi entrada en el emporio televisivo mexicano.

Hoy, al mirar hacia atrás -después de tantos años-, me asombro al verme en aquellas sucintas escenas de Sin perder la ternura: flaco, barbado y espigado; tan verde como la hierba fresca; gozando de ese candor que engendra una juventud pasada y colmado de sueños a flor de piel con el deseo de lograrlos uno por uno. 

Al reflexionar ahora -mirando la noche por mi ventana-, me percato de como se han ido los años y al hacer un recuento, me sobrecoge advertir cómo ha pasado la vida sin darnos cuenta. Y como diría el estribillo de una canción: “El tiempo: el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó”; esa huella que suele ser una fusión extraña y confusa, entre un poco de alegría y otro poco de tristeza, cuando se reviven eventos imborrables del pasado.

Me place, pues, compartir estas originales escenas de una pieza audiovisual que considero de museo:



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