El mar
Historia, ficción y leyenda
Historia, ficción y leyenda
(Versión libre. Contiene audio)
Rapsodia cubana - Lecuona
Amelia nacía en La Habana el 29 de enero de 1877 y ni siquiera podía imaginar que el destino barajaría las cartas y ella las jugaría. Fue bautizada como Amelia Francisco de Sales Adelaida Ramona Goyri y de La Hoz, en la Parroquia del Santo Ángel Custodio. Junto a Doña Inés -su tía-, y sus tres hermanos: Inés, María Teresa y Francisco, transitó su infancia rodeada de viva alegría, abundancia, riquezas y sobra de bienes. Se crió en una Mansión que bordeaba toda una manzana: El Palacio de los Marqueses de Balboa, en la calle los Egidos de la naciente Ciudad de La Habana.
La niña Amelia era feliz. Corría y jugaba con sus hermanos por los corredores de la suntuosa casa Balboa como cualquier chiquillo de su edad. Sobre todo le gustaba corretear por el gran Palacio con su primo segundo: José Vicente Adot Rabell, un jovencito muy bien parecido.
- ¿¡A que no me alcanza?! Lo retó Amelia y echó a correr.
- ¡Ya verá que sí! Y tras ella se fue su primo, después de darle cierta ventaja.
Cuando lograba alcanzarla, comenzaba a hacerle cosquillas y los dos reían desenfrenadamente. Era indudable que entre Amelia y José Vicente, existía un lazo afectuoso muy profundo que con el tiempo se fue convirtiendo en el más puro de los amores. Desde niños comprendieron que estarían unidos para siempre.
- ¡Quiero estar a su lado para toda la vida! Le murmuró al oído su primo un día. Amelia se le quedó mirando fijo a los ojos y dibujó en su rostro una ligera y agradable sonrisa entre los vivaces rubores que aquella confesión le había provocado. Era cierto que aquel instante había sido suficiente para engendrar sentimientos que tan solo con palabras sería imposible explicar. Y como atraídos por una fuerza invisible, sus bocas se fueron encontrando casi hasta el punto de un beso; pero de repente, Amelia se escurrió de entre sus brazos y echó a correr.
- ¿¡A que no me alcanza?! Y se alejó por el gran corredor de pisos de mármol.
- ¡Vivirás en mi corazón para siempre, Amelia! Dijo para sí José Vicente con una gran sonrisa enamorada, mientras la veía perderse por una de las esquinas de la espaciosa galería.
Así transcurrió el tiempo y con él, el amor creció entre ellos y se fortaleció a hurtadillas; furtivamente, sin que nadie lo notara. Un amor prohibido y clandestino; pero que palpitaba vivamente en sus pechos cada vez que uno estaba frente al otro y se miraban irresistiblemente. No les era permitido gritarlo a los cuatro vientos y se lo callaban confidentes. Hasta aquel día…
En el interior del Palacio todo era acción. Aquella tarde se gestionaba un gran suceso en los salones de los marqueses y la servidumbre iba y venía hacia todas partes, recibiendo órdenes: colocando arreglos florales, limpiando, organizándolo todo y disponiendo cada detalle para esa noche. Francisco, el hermano mayor de Amelia, contraería nupcias aquella velada y el Palacio de Balboa se vestía de gala. El imponente comedor, a los pies de la suntuaria escalera, ya estaba listo con su juego de manteles y servilletas de exquisita tela blanca, cubiertos de plata y vajilla fina. Invitados de todas partes acudirían aquella noche; lo que más valía y brillaba de la alta sociedad habanera se haría presente en tan lujoso y anunciado evento. Amelia tenía tan solo trece años.
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Toda la opulencia peninsular y criolla de La Habana, se encontraba aquella noche reunida en el hermosísimo salón, sentados alrededor de la gran mesa, junto a los recién casados. De un lado, Doña Inés y el férreo español D. Pedro de Balboa -los tíos de Amelia-; del otro lado, D. Francisco Goyri y Doña Magdalena de La Hoz -sus padres-; e Inés y María Teresa Goyri, sentadas enfrente de su hermana Amelia y José Vicente. Amelia, con su vestido de color claro, escotado y bello peinado al descubierto. José Vicente, con levita impecable en color oscuro y cabello engomado.
Eduardo Adot y López, uno de los padrinos de la boda, también padre del primo de Amelia, tintineó ligeramente la copa con el cubierto, mientras se ponía de pie para decir su discurso. Todos hicieron silencio:
- Después de un tiempo de caminar juntos -Dijo-, llenos de ilusión y de esperanza, nos convocan aquí para decirnos que se aman y que quieren construir juntos sus vidas, unidos por el matrimonio -Amelia y José Vicente se miraron emocionados y sonrieron, apretándole él su mano disimuladamente- Sus queridos familiares, aquí presentes, nos alegramos; porque habiendo seguido desde el primer momento sus vidas, vemos que el matrimonio les ayudará a crecer todavía más. Y estoy seguro que los amigos también se alegrarán, porque entienden este compromiso como un paso más en el amor que siente el uno por el otro, y también hacia los demás. Por lo que levanto mi copa, deseándoles en nombre de todos que sean muy felices, que tengan salud y trabajo…
- ¡Y mucho sexo! -Gritó uno del grupo de los amigos del novio. Todos soltaron una sonora carcajada, y luego el indiscreto recibió pescozones.
- ¡Salud! Concluyó D. Eduardo alegre, levantando su copa.
-¡Vivan los novios! ¡Felicidades! ¡Que se besen! ¡Que se besen! -Vitoreaban, y vociferaban los invitados elevando sus copas. Hasta que por fin Francisco consintió besar a su esposa y todos gritaron y aplaudieron.
- ¡Que suene la música! -Ordenó Eduardo a la orquesta, que tocó el danzón “Las Alturas del Simpson”. Muchos tomaron a sus parejas y se fueron reuniendo en el centro del salón.
Las alturas del Simpson - danzón
- ¿Bailamos? -Le pidió Amelia a su amado.
- ¡No…! Le dijo él firmemente. Ella no entendió. Perdóneme, pero es que antes debo anunciar algo muy importante esta noche…
- ¿¡Anunciar?! ¿¡Qué va a hacer?! Se inquietó Amelia.
- Algo que debí haber hecho hace mucho tiempo. Y se le quedó mirando tiernamente a sus ojos. Voy a pedir su mano, Amelia…
Nota: Los díalogos son producto de la fabulación e imaginativa, además de algunos sucesos recreados artísticamente para este relato, siguiendo su cronología histórica, e inspirado en ella para escribir esta versión libre.
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