La tierra
“De la tierra fértil: abrojos y espinas”
Historia, ficción y leyenda
(Versión libre. Contiene audio)
A la antigua - Tensy Krismant
Calle Mercaderes. La Habana |
En CUANDO EL AMOR NUNCA MUERE. PARTE 1, José Vicente se decidió a pedir la mano de Amelia durante el casamiento del hermano de su amada.
- Lo siento, hijo; pero tú nunca podrás garantizarle a Amelia un futuro de bienestar. Dijo sin vacilación D. Francisco Goyri, el padre de Amelia-.
- Eso no es así del todo, Señor… -Intentó explicar José Vicente- Yo estaría dispuesto a luchar por…
- ¡Me niego rotundamente! -Intervino el Marqués de Balboa- Así es que quítate esa idea de la cabeza, rapaz -El tío de Amelia se tomó el último sorbo de vino que le quedaba en la copa y le dio la espalda.
Fue una de las primeras espinas que el destino clavó intensamente en el corazón de Amelia. Sin embargo su amor por José Vicente no se vio truncado jamás, sino que por el contrario se fortaleció mucho más. Muy a pesar de todo, ellos continuaron viéndose a escondidas con el concierto de María Teresa, la hermana de Amelia, que siempre estuvo a su lado aconsejándola, mimándola y apoyándola en todo. Además porque sentía un hondo respeto por el amor que se profesaban los jóvenes.
La segunda espina no se hizo esperar tan pronto Amelia cumplió sus quince años: su querida madre moría victima de una terrible enfermedad a sus 42 años. Y la tercera, aún más desoladora, sobrevino con el estallido de la Guerra del 95: su amado se convertiría en un Mambí .
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Plaza de la Catedral. La Habana |
- Me voy a la manigua, Amelia. Le dijo con firmeza José Vicente aquella tarde gris, mientras paseaban por uno de los vetustos portalones de la Plaza de la Catedral. Me uniré al ejército libertador.
Amelia se detuvo y lo miró con lágrimas en sus ojos que se confundieron con la ligera brizna que caía sobre la gran plaza y su rostro ensombreció como la misma tarde. Sabía lo que eso significaría: José Vicente se convertiría en un insurrecto contra España y por supuesto en contra de aquella clase social a la que ella pertenecía. Y lo que era peor, ya no volvería a verlo durante mucho tiempo o quien sabe si nunca más. Dicen que más tarde se le vio llorar amargamente en su alcoba, sobre los hombros de su querida hermana.
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En La Habana, a Amelia le llegaban noticias sobre las victorias obtenidas por los soldados cubanos durante el Cruce de las trochas de Júcaro a Morón; de las constantes rebeliones generalizadas en toda la isla; de la guerra atroz que el General Weyler emprendió contra los libertadores cubanos y de los cientos de miles de muertos en los campos de concentración; pero nunca tuvo noticias de su amado José Vicente.
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Gaceta The World (El Mundo) |
Aquella noche estrellada de 1898, un flamígero torrente de luz hendió el cielo cubano en el puerto de La Habana , seguido al instante de un terrible estruendo que devino en una miríada de sonidos metálicos. El acorazado norteamericano “Maine”, llevaba anclado en el mismo lugar desde hacía varias semanas y una explosión había volado la proa, causando su hundimiento después. La prensa norteamericana adjudicó la responsabilidad de la voladura al gobierno español y el conflicto no se hizo esperar con la destrucción de sendas flotas españolas y la derrota de la batalla terrestre, produciéndose -poco después- las negociaciones de paz. Terminaba así, la Guerra de Independencia contra el dominio español, con la intervención del gobierno de los Estados Unidos.
Tres largos años sin que Amelia supiera de José Vicente; tres largos años de angustia y dolor creyéndolo muerto. Pero una tarde, a finales del mes de julio, mientras paseaba por la abandonada Plaza de Armas junto a su hermana María Teresa, una voz masculina la paralizó:
- ¡Amelia! - La llamó. Amelia sintió un ligero escalofrío en la nuca que le recorrió todo el cuerpo y sus ojos se humedecieron tan pronto creyó reconocer aquella voz, y se llevó la mano al pecho, mirando a María Teresa. Cuando volteo a mirar sobre sus hombros, a unos pasos de ella encontró a un militar de cuya bandolera brillaban tres estrellas de plata en disposición vertical. Un joven alto, delgado y buen mozo le sonreía.
- ¡José Vicente! -Exclamó casi a punto del llanto y corrió hacia él. Los dos se fundieron en un fuerte y estremecedor abrazo. Pensé que estabas…, que estabas…¡Oh, por Dios! Los sollozos le impedían hablar.
- No, mi niña, aquí estoy. Vicente le fortalecía el ánimo cobijándola contra su pecho. Después de tres largos años de ansiada y prolongada espera, su fiel amado regresaba victorioso con grados de Capitán del Ejercito Libertador, dispuesto otra vez a pedir la mano de aquella joven a la que amó desde niño. Aquí estoy para ti…, por ti. ¡Para siempre! Y no me importa cualquier oposición de tu familia. Yo te amo, Amelia, como nunca he amado a nadie. Y lucharé por este amor así tenga que morir por ello.
La bella cubana - Bebo Valdés
Esta historia continuará
Nota: Los diálogos son producto de la fabulación e imaginativa, además de algunos sucesos recreados artísticamente para este relato, siguiendo la cronología histórica, e inspirado en ella para escribir esta versión libre.
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