LA MENSAJERA DE OLOFI
Basado en un Patakie Yoruba
Cuando los Orishas convivían entre los hombres, existía un lugar en la tierra en donde sus habitantes habían cometido excesos de todo tipo alejándose de la correcta adoración de Olofi. El Creador sintió mucho dolor por aquellas almas que antes eran personas de bien y disfrutaban de las delicias de un Paraíso Terrenal; sin embargo comprendió que era necesario convertirlos al buen camino y la única forma fue retirándoles su bendición.
Fue entonces que, por aquellos tiempos escaseó de todo. La sequía truncó los ríos y los frutos de los árboles que antaño se cosechaban en abundancia, ahora eran tan insuficientes que ya no satisfacían las necesidades del pueblo suplicante. Las mujeres dejaron de concebir como si sus vientres se hubieran secado y se sabe que un territorio dónde no hay niños la vida deja de tener sentido. Los incentivos comenzaron a perderse y la esperanza se convirtió en desolación junto a noches eternas sin brillo. Los lamentos ahogados se escurrían por las rendijas de las ventanas para mezclarse con el exiguo verdor de los campos y el viento, que se confundían con el polvoriento entorno y los llantos de chiquillos hambrientos. Definitivamente la penuria se agasajaba sin pedir audiencia, dueña y señora de las mentes confusas de aquellas almas entristecidas.
La multitud desesperada fue en busca de Oshún para pedirle su mediación. Las mujeres y los hombres lloraban desconsoladamente postrados frente a sus aguas pidiendo clemencia, algunos con pequeños mal nutridos en brazos que zangoloteaban sin querer en medio de su abatimiento.
Oshún, preocupada, no supo qué hacer ante aquella situación y se alejó en silencio. La tristeza la embargó al ver a su pueblo sumido en la pobreza y la desgracia, y de sus ojos brotaron dos lagrimones dulces. Y llegó al río y se mezcló en sus aguas, lavando su cara y mojando su cuerpo ya desnudo mientras lloraba. A sus sollozos se le apareció Elegguá que, contemplándola con compasión, le dijo:
- Oshún, esta gente está sentenciada por nuestro Gran Padre…, han cometido muchas faltas y se han olvidado de Él, no podemos hacer mucho por ellos.
La bella Orisha se incorporó dejando ver parte de su torso de mulata clara y con sus manos alisó su deslumbrante cabellera que caía como cascada sobre sus pechos desnudos, y quedó pensativa por un instante para luego decirle a Elegguá, que divertido jugaba con las burbujas que salían de entre la arcilla del fondo del río.
- Tengo que hacer algo… mi gente se pierde, padece, sufre, no tienen qué comer. Arum los acecha a cada momento y los enfermará a todos. ¿No te has fijado como Ikú está dando vueltas buscando a quién llevarse…? No puedo permitirlo. Dime Elegguá ¿qué me aconsejas?
Elegguá seguía jugando con las burbujas, como si aparentara no escucharla, y con su garabato arremolinaba las aguas que se enturbiaban con el fino lodo. De pronto fue interrumpido por una mariposa de múltiples colores que abandonada al vaivén de la suave brisa se posó sobre su sombrero de Yarey; fue entonces cuando levantó su rostro permitiéndole romper el silencio que envolvió por un instante el espacio… y con una sonrisa que evocaba ligereza infantil le aconsejó a Oshún.
- Oshún… toda esta gente lleva meses rogándonos a nosotros los Orishas y ninguno hemos podido hacer nada. A ti acuden porque saben que tú puedes llegar más lejos, hasta los pies de nuestro amado Olofi para suplicarle su misericordia. Haz ebbó, busca una canasta de mimbre, échale bastantes huevos, agujas, hilo blanco y negro, bollos y un gallo vivo. Con todo eso harás una rogación, para más tarde entregarme los hilos, las agujas y el gallo… luego te marcharás en dirección a dónde está Obbatalá a quién le ofrecerás los huevos y los bollos, aprovechando para preguntarle cuál es la ruta segura que te llevará al Palacio de nuestro amado Padre Olofi. Estoy seguro que Él te guiará.
Oshún, llena de júbilo y de mucha confianza, comenzó a reunir todos los elementos mágicos que le había sugerido Elegguá y con prisa realizó el ebbó. Le entregó después las agujas, los hilos y el gallo vivo a Elegguá y luego, con un suave movimiento, colocó la canasta con los huevos y los bollos sobre su cabeza y echo a andar, despidiéndose de Elegguá que a un lado del camino, se le veía satisfecho viéndola partir y de improviso, Elegguá se convirtió en piedra.
Era tanto el amor que sentía Oshún por aquella gente que no le inquietaba en lo absoluto los sucesos adversos que estaría por enfrentar, y sabía con certeza que el precio que pagaría valdría la pena al final.
Después de algunas leguas, se cruzó con un hombre muy viejo que vestía de un blanco muy pulcro y se sostenía de un báculo -que empuñaba con fuerza- adornado de diminutas campanillas plateadas que centelleaban al contacto de los rayos solares del atardecer. Sin pensarlo mucho en él reconoció a Obbatalá y postrándose de inmediato ante su presencia le dijo en tono suplicante.
-Babá, Divino Señor, te entrego estos huevos y estos panes porque así me lo recomendó Elegguá para que tú me orientes cómo llegar al Palacio de nuestro Padre Olofi.
Obbatalá la observó con ternura por unos segundos y luego la tomó del brazo levantándola del suelo, agradeciéndole al mismo tiempo por su bonito gesto que aceptó con agrado y de inmediato tomó la palabra:
. Oshún, el camino hacia el Palacio de nuestro Dios Eterno es largo y tortuoso pero tu entusiasmo te delata, siendo más grande que todos los obstáculos que estarás por enfrentar… Elegguá me puso al tanto de todo incluyendo tu humanitario propósito; vas por una misión muy noble que me hace sentir gran admiración por tu gesto. Sube a aquella montaña, dirige tu mirada hacia el oriente, y más adelante a unas leguas divisarás la más grande de todas las elevaciones y allí, justo allí se yergue el Palacio de nuestro Señor.
-Padre Bendito –le dijo dudosa Oshún- ¿cómo le haré para poder llegar tan lejos?
-No te aflijas, hija, cumple tu parte que yo cumpliré la mía… te concederé un gran poder y con él podrás llegar a dónde te dispones.
Entonces aquel anciano vestido de blanco -que tan blancas eran sus ropas como tan blancos eran sus cabellos-, colocó su poderoso báculo sobre la cabeza de Oshún y mirando al cielo extendió su otra mano e hizo un conjuro que la convirtió de inmediato en una majestuosa águila de brillante plumaje negro. Enseguida la sagrada ave alzo el vuelo en dirección a la montaña más grande de todas.
El viaje no le fue fácil. Oshún tuvo que enfrentar tormentas, frío, hambre y sed durante semanas enteras. Su plumaje luchó contra los fuertes vientos que castigaban desde las alturas con el único fin de impedirle cumplir su meta; pero a pesar de todo, continúo su trayecto empeñada en llegar a los pies de Olofi. Transcurrieron muchos días de su larga travesía y aquella águila que era Oshún, desfallecida y con apenas fuerzas para continuar, decidió entonces tomarse un merecido descanso en la cúspide de un frondoso árbol de gigantescos y maduros frutos, quedándose allí dormida, exhausta.
Después de unas horas, un melodioso susurro la hizo despertar desde su más profundo sueño:
- Hola, Oshún, querida niña... Sabemos que eres tú. ¡Despierta! -Dijo aquella hermosa voz desde la base del árbol.
Y cuando Oshún abrió sus ojos, ladeó su pequeña cabeza de pájaro celestial y miró hacia abajo. Con asombro vio a una bella y radiante silueta de mujer con cabellos negros como el azabache que caían con soltura sobre sus semidesnudos hombros. Oshún estiró sus alas y de un impulso voló hasta aquella soberbia manifestación. Ahora frente a ella pudo percatarse que la divinidad en forma de mujer, vestía atuendos ligeros de finísima textura que bamboleaba el ligero viento.
- ¿Quién eres? –le preguntó.
- No te asustes, sabemos a qué has venido. Estás más cerca de lo que imaginas, pero Olofi está en estos momentos tomando su baño matutino. Deberás esperar unos minutos.
- Gracias, madre sagrada, pero ¿quién eres? – volvió a preguntar Oshún sin salir de su asombro.
- Soy una de las Secretarias Sagradas de Olofi; todos me llaman Iyamí, y mi deber es velar para que nadie entre al Palacio sin la debida autorización. Sin embargo, hemos apreciado tu empeño junto a tu gran devoción…, no lo dudes, te dejaremos pasar.
Por su cansancio, Oshún no se había dado cuenta que estaba en la cumbre de aquella montaña sagrada que le había comentado Obbatalá y a casi unos metros de la entrada del Palacio. De inmediato observó como se empezaron a abrir unas puertas enormes, dejando salir de su interior una suave brisa que acarició su cuerpo cubriéndolo de un delicado vaho que la convirtió nuevamente en humana. Con cautela y sus pies descalzos caminó tan solo unos pasos sobre aquel fresco y acolchado pasto. Enseguida Olofi le salió a su encuentro.
- No es necesario que me digas nada, hija mía, estoy al corriente de tu misión. Sé a qué has venido.
- Padre Sagrado, mi gente sufre… mi pueblo va a desaparecer si tú no cesas la sentencia que les impusiste –dijo de inmediato Oshún.
- Tu sacrificio ha sido grande y reconocido… eso me demuestra cuanto amor sientes por mi gente, ellos no se han portado bien y tú lo sabes, sin embrago, tomaré en cuenta tus plegarias y les devolveré mis bendiciones –afirmó Olofi consternado de misericordia.
- Bendito seas, Padre Altísimo, no sabes cuánto aprecio tu divina gracia –dijo ella emocionada mientras que por sus mejillas le corrieron dos lágrimas que al caer se convirtieron en pequeños y relucientes diamantes, que recogió y se los ofreció a Olofi.
- Ve, hija mía, regresa a tu destino -Dijo el Creador con una gran sonrisa, tomando como ofrenda aquellas piedrecillas preciosas-, tras de ti enviaré las aguas que fertilizarán los suelos donde viven mis hijos para que vuelva la prosperidad a ellos. Contigo va toda mi bendición y restauraré el orden por aquellas tierras. Dile a mis hijos que no vuelvan a equivocarse.
Repentinamente volvió a convertirse en águila y revoloteando, retornó su vuelo de inmediato. Detrás de aquella hermosa ave aparecieron grandes nubarrones con un aire de tormenta que anunciaban un aguacero de un momento a otro. La tormenta fue tras ella mientras Oshún voló, voló y voló con sorprendente rapidez y aunque ya mermaban sus fuerzas, supo que su deber era volar y volar hasta cumplir con la encomienda del Creador.
En tierra, un niño jugaba bajo una panzuda Ceiba y al levantar su cabeza divisó a lo lejos que se acercaba un ave a una velocidad imposible de imaginar y vio que tras ella venía una tormenta que estaría por alcanzarla. El muchachito corrió hacia sus padres que estaban a unos pocos metros de él, gritándoles:
- ¡Mamá!, ¡Papá!... ¡miren, miren allá arriba, un ave viene con la tormenta...
La pareja levantó sus ojos y observó la gran turbulencia y junto a ella el ave acercándose cada vez más a ellos, que fatigada volaba con torpeza debido a los fuertes vientos. La pareja entonces exclamó emocionada:
- ¡Es Oshún, hijo, es Oshún…, nuestra divina madre!... ¡escuchó nuestros ruegos y nos trae consigo la lluvia!... ¡Maferefúm Yaloddé, akpetekbi Orunmila, moforigbale atié! (EXCELSA REINA, ESPOSA SAGRADA DE ORUNMILLA, A UD. TODO NUESTRO RESPETO)
La solemne águila de plumaje tan negro como la noche oscura, llegó por fin a suelo firme minutos antes de que arreciara un fuerte torrencial que llegaba al pueblo para bendecir la tierra que había sido castigada por la sequía. Con admiración peculiar, todos observaron como el ave salía de su encantamiento transformándose de súbito en una hermosa mujer de largos cabellos grises. Por su sacrificio, Oshún había encanecido. Todos la rodearon y comenzaron a cantarle con profundo agradecimiento:
“Olofi lowa, ogguidón, ogguidón, babá lagbe, lagbe fon, lagbe okete lowa… okete lowa, okete lowa wesi……. Yeyé bi, obbi osúooo, yeyé bi, obbi osúooo, yeyé tani makua arugbo lewe ooó, arugbo oshún yeyeooo”. (OLOFI ESCÚCHANOS, NOSOTROS ESCUCHAMOS TU MENSAJE, MADRE GRANDE, BUENA OSHÚN… MADRE ANCIANA, MADRE OSHÚN)
Desde entonces los habitantes de aquellas lejanas tierras comprendieron su gran equivocación, renunciando para siempre al mal vivir y retomaron las viejas costumbres que habían abandonado por irresponsabilidad. La tierra se bañó de abundantes aguas y los árboles volvieron a dar jugosos frutos, los pajarillos alegres revoloteaban en las charcas producidas por la lluvia lavando así sus plumas, y las mariposas libaban el néctar de las flores en los campos reverdecidos; los colibrís volaban de un lado a otro sobre la clara superficie de los ríos rebosantes y las mujeres, henchidas de placer, comenzaron a concebir niños sanos y fuertes, en tanto los hombres pudieron cosechar suficientes alimentos para todos. Los cantos de júbilo como muestra del eterno agradecimiento a la patrona de los ríos y los vientres fértiles, se escucharon a grandes distancias. Y fue así que aquel lugar de la tierra habitado por los Orishas vivió feliz por muchos años.
Y desde la Sagrada Montaña, El Excelso los observaba con profunda compasión, pero lleno de orgullo por su pequeña hija, la más consentida, la esplendorosa y caritativa Oshún:
LA MENSAJERA DE OLOFI
FIN
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